La burbuja del dinero, o burbuja financiera, sin lugar a dudas remonta su génesis a 1971, justo hace 40 años, bajo el gobierno de Richard Nixon, cuando Estados Unidos decide desvincular el dólar del oro, dejando de lado los acuerdos alcanzados en Bretton Woods, New Hamshire, en julio de 1944, implementados tres años después. Mediante estos convenios sólo el dólar quedaba atado al dorado metal y las demás monedas lo hacían al propio dólar. Este sistema condujo a una disciplina monetaria que pervivió un cuarto de siglo, durante el cual el mundo asistió a una era de estabilidad económica marcada por tasas cambiarias fijas y muy baja inflación, que duró aproximadamente hasta 1973. La nueva premisa fue que el dólar, siendo una divisa fuerte, no necesitaba estar amarrada a nada y con la sola confianza de la gente le bastaba, cosa que en verdad ocurrió y que todavía hoy día ocurre pero de una manera bastante disminuida. Con el nuevo sistema, se dio rienda suelta a las maquinitas de fabricar billetes y a la burbuja del  dinero.

¿Cuáles fueron las causas del abandono de los acuerdos de 1944 por parte de Estados Unidos?  Seguir financiando la guerra de Vietnam, mantener los estándares de vida de sus ciudadanos y cumplir el papel asignado en Bretton Woods, cuestiones que se hacían inviables bajo los parámetros de 1944, simplemente porque el oro ya no alcanzaba para ello. En 1973 los principales gobiernos occidentales abandonaron los tipos de cambios fijos, dejando que sus monedas flotaran libremente. En imagen equivaldría a un gran globo anclado durante 25 años, al que están atados los globos más pequeños, después del cual el globo principal es soltado, arrastrando a todo el conjunto en un vuelo descontrolado que alimenta la mayor burbuja financiera conocida por la humanidad.

La indisciplina monetaria no se hizo esperar. Montañas de dinero fueron a parar a los países en vías de desarrollo en la década de los 1970, en calidad de préstamos fáciles de adquirir. Las premisas de desarrollo, unidas al populismo y la corrupción en los países receptores, ayudaron a contraer enormes deudas que no tardaron en explotar, produciéndose la primera crisis crediticia, que, bajo el nombre de Deuda Externa, estalló en México, en agosto de 1982. Luego siguió en Venezuela, en febrero de 1983, y después en casi todos los países latinoamericanos y los de Europa del Este. El círculo vicioso –endeudamiento, servicio de la deuda, devaluación, inflación, recesión, endeudamiento– se volvió recurrente, al igual que la disminución de la calidad de vida de enormes masas humanas. La década de los noventa se conocería luego como la Década Perdida y las crisis locales se sintieron más allá de sus fronteras, tomando diferentes denominaciones: Efecto Tequila (México), Efecto Tango (Argentina), Efecto Samba (Brasil), Efecto Dragón (Tailandia). Los cuatro tigres asiáticos, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán, tuvieron su propia crisis financiera en 1997.

Entrado el siglo XXI la burbuja del dinero ha tomado dimensiones descomunales, no conocidas hasta entonces a escala mundial. El estallido de la burbuja de la vivienda produjo la crisis de las hipotecas llamadas del Subprime o crisis del ladrillo, que rompió de la noche a la mañana poniendo a temblar al sistema financiero internacional. Para paliar la situación, el gobierno de Estados Unidos autorizó la inyección de ingentes cantidades de dinero al sistema, potenciando aún más la burbuja monetaria. Para ponernos en contexto de la magnitud de la crisis del Subprime, el oro, en 2007, antes del problema, se pagaba a $ 660/oz, mientras que en junio de 2011 se negocia por $ 1.540/oz, un incremento de casi dos veces y medio en apenas cuatro años. Para tener una idea de las inestabilidades presentes, consideremos que el metal precioso se mantuvo cerca de $ 20,65/oz entre 1833 y 1932, un siglo sin cambiar un sólo céntimo en la mayor parte del lapso. Antes de 1971 el oro se cotizaba cerca de $ 36/oz., sorprendentemente el mismo valor que tenía 37 años atrás, en 1934. Los gurús de las inversiones, Buffet y Soros, sostuvieron en los últimos meses de 2010 que el oro se encuentra en fase de burbuja. Otros dijeron que era el sistema financiero el que está en burbuja. Si esto es cierto, el oro, patrón y refugio financiero milenario por excelencia es el termómetro que marca las temperaturas que va tomando la burbuja financiera en su proceso evolutivo.

La inflación acumulada en estos cuarenta años ha elevado los precios de manera impresionante hasta en los países con bajos índices inflacionarios. Una tasa de inflación del 3% anual triplica los precios en cuatro décadas, pero una del 8% lo multiplica por más de 20. De modo que en este caso un bien que en 1971 costaba $ 100, en 2011 cuesta más de $ 2.000 y en 2021 valdría más de $ 4.000, de mantenerse dicha tasa del 8%. Un caso dramático es el de Venezuela, con una tasa promedio de 27% anual, lo que costaba Bs 1 (un bolívar), cuarenta años después se infla a Bs 11.178. Recordamos que a principios de los setenta un refresco en lata valía Bs 0.50. Según estas cuentas, ahora debería estar en 5.600, pero acabamos de comprar uno en Bs 6.000, en un supermercado. Como las cajas registradoras estaban reventando, hace tres años el gobierno le quitó tres ceros a la moneda y el refresco cuesta “sólo” 6,oo “bolívares fuertes” y no nos parece tan caro. Si seguimos así, en 2021 costará Bs F 61, oo.

¿Cómo hacen los países para continuar financiándose, en medio de montañas de dinero devaluado? Recurren a todo tipo de instrumentos y mecanismos. Así, nos hemos acostumbrado a convivir con una terminología que casi nadie entiende: refinanciamiento, déficits, notas estructuradas, bonos y letras del tesoro, bonos soberanos, de caja, canjeables, convertibles, del estado, etc., que representan medios de financiación y refinanciación para que los estados puedan seguir sobreviviendo. Los bonos equivalen a sacar la mano por la ventana y tomar billetes del árbol del dinero. Lo malo es que los bonos no son frutas gratis, sino deudas e intereses que han de pagarse por varias generaciones. Pero hay algo más: el dinero ilícito que entra al torrente financiero mundial, una enorme bola de billetes proveniente de la evasión fiscal, la corrupción y el crimen organizado, entre el cual el narcotráfico, por su penetración masiva y universal, posiblemente es el principal componente. Acá están involucradas cuestiones éticas que van más allá del simple hecho financiero. Dentro de la burbuja del dinero se esconde una burbuja moral que algún día, como toda burbuja, habrá de estallar.

Por ahora la mayoría de los países han honrado las deudas adquiridas a fuerza de seguir emitiendo nuevos y nuevos bonos, en una centrífuga que va alimentando peligrosamente la burbuja del dinero, cuyo epicentro se encuentra en este momento en Europa. Los estallidos de las burbujas de algunos miembros de la Zona Euro han sido atajados por medio de inyección de más dinero. Para un observador medianamente acucioso esta situación no es sino la punta de un iceberg y sabe que lo más grave aún está por venir. El peor escenario sería ver a la Eurozona estallar en mil pedazos, mediante una especie de bomba atómica financiera que se llevaría todo por delante. Probablemente ese sería el momento del estallido o crack de la burbuja del dinero a escala global, la activación del tan temido “riesgo sistémico”, que se materializaría con la quiebra del sistema monetario internacional, escenario dantesco difícil de imaginar, de cuyos efectos ningún habitante del planeta quedaría eximido, ni el planeta mismo. Este reventón afectaría las otras tres burbujas, en especial a la burbuja del clima. Bajo el escenario dantesco lo recursos se desviarían hacia otros prioridades, dejando relegado a un tercer o cuarto plano nuestro compromiso con la Tierra, la verdadera y principal urgencia de la humanidad.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss