Existen narraciones de viajeros o vecinos de Norteamérica, que desde el siglo XIX dejaron sus interesantes testimonios para la posteridad sobre tempranos daños ecológicos.

Con este trabajo de investigación me he propuesto obtener informaciones “vintage”, tempranos testimonios de las actividades humanas sobre la Tierra, que nos han conducido a lo que de un tiempo para acá comenzó a llamarse Antropoceno. En este primer artículo comparto algunos curiosos y raros relatos de algunos viajeros que ya en aquellos lejanos momentos se alarmaban por los daños que encontraban en sus travesías.

La agricultura científica se venía implementándose en los Estados Unidos desde la segunda mitad del siglo 18, apenas unos años después de la declaración de la independencia. Los agricultores progresistas adoptaron los nuevos métodos que venían de Inglaterra y aportaron otros sistemas de su propia iniciativa. En 1800 ya había sociedades agrícolas en cada uno de los trece estados originales de la Unión. En 1840, después de que los antiguos campos de Virginia y Maryland habían sido arrasados por el cultivo del tabaco, comenzó a divulgarse la agricultura científica, por iniciativas particulares. Muchas tierras fueron recuperadas con la marga, un sedimento compuesto principalmente de caliza y arcilla, con el que se neutralizó la acidificación de la tierra causada por falta de calcio.

El ferrocarril jugó un rol importante en la distribución de material e información. Para 1860 ya circulaban en los Estados Unidos cincuenta publicaciones agrícolas. En 1889 se creó la secretaría de agricultura y en 1930 este departamento contaba con cuarenta subdivisiones que mantenían estaciones experimentales, trabajaban lado a lado con los agricultores y los inducían a probar nuevos cultivos, mejorar los antiguos y les enseñaron a luchar contra epidemias y plagas, además de asesorarlos en administración y ventas.

Pero las iniciativas de la agricultura científica no siempre fueron aceptados por todos, unas veces por falta de paciencia, otras porque algunos rechazaban realizar las inversiones necesarias, lo cual condujo a serios problemas ecológicos. Ya antes de la guerra civil, y todavía unos años después, en vista de que las tierras abundaban y la mano de obra escaseaba, para el agricultor resultaba más económico abandonar los suelos estériles y mudarse a tierras vírgenes, que cultivar con métodos científicos. Algo que nos retrotrae al método utilizado por los primeros agricultores del Neolítico, diez mil años atrás.

Desde la primera mitad del siglo XX algunos autores, como Morison y Commager, de quienes hemos tomado parte de la información y los datos aquí expuestos, alertaron sobre los daños causados a los ecosistemas. La extracción excesiva de los productos de la tierra, la ausencia de rotación de suelos y la destrucción de bosques para crear nuevos espacios agrícolas ocasionaban erosiones, sequías e inundaciones. Cerca de cuarenta millones de hectáreas, una sexta parte de la superficie total del sur de los Estados Unidos, se habían perdido o dañado seriamente por las erosiones. Hacia 1930, en algunas partes había desaparecido la mitad de la tierra cultivable, según dichos autores.

Existen interesantes narraciones de viajeros o vecinos que desde el siglo XIX han dejado sus testimonios para la posteridad sobre tempranos daños ecológicos en Norteamérica, tales como algunas personas que visitaron el sur y reportaron su preocupación por estos daños. Uno de ellos narra la transparencia de las aguas de los ríos, y unos años después, en una nueva visita, refiere que habían cambiado a pardas o rojizas y arrastraban millones de toneladas de tierra al océano.

Otra alerta temprana de la destrucción ambiental nos llega de Stuart Chase, otro cronista alarmado por el daño a los ecosistemas: “la tierra primitiva ha sido quemada, sembrada de pastos, arada y destruida. Cuando en las llanuras se ha practicado el cultivo del trigo en secano, ha aparecido el polvo. Allí donde se ha plantado el trigo en las vertientes de los altiplanos de pastos, las aguas han provocado erosiones. Las pezuñas del ganado excesivo y el consumo de la yerba por multitudes de ovejas han descarrilado las tierras de pastos, removido la buena tierra, y han facilitado las erosiones por el agua y por el viento. Así se ha desvalorado notablemente más de veintiséis millones de hectáreas de tierras de pastos”.

También nos llega otra evidencia, esta vez de Mary Sandoz, quien a principios de la década de 1890 hizo una dramática descripción sobre la situación en Nebraska occidental: “La sequía rebasaba toda imaginación. El grano no crecía. La yerba de los búfalos se agostaba antes del mes de mayo. Ni siquiera las tierras más ligeras del sur del río producen nada. Las colinas arenosas sólo se teñían de verde en los lugares próximos a las aguas subterráneas. Los lechos de los lagos se resecaban y partían ofreciendo armónicos dibujos. Las gallinas silvestres eran escasas y su carne negruzca. Los conejos se adelgazaban y los coyotes se embravecían, como animales grises de hundido costillar. Las carretas de los labradores, que abandonaban sus tierras, deambulaban hacia el Este, y sus ocupantes con frecuencia tenían que vivir de la caridad pública”.

Los relatos referidos son apenas algunas noticias historiales, prolegómenos de la nueva escala temporal geológica, el Antropoceno, acuñado por Paul Crutzen, premio Nobel de química, en 2000. Pero fue recientemente que un grupo de especialistas dieron impulso a la nueva denominación. Aun cuando ésta no ha sido aceptada, creemos que es un buen referente a la actual etapa de la Tierra. Los científicos convinieron en que dicho período ha cancelado el Holoceno, colocando como división psicológica entre ambos períodos el año 1950. El inicio de Holoceno, como sabemos, estableció el fin de la glaciación de Würm, hace unos doce mil años. El Antropoceno, según los investigadores, se inicia con el hallazgo de residuos radiactivos dejados por bombas atómicas. “Ya hemos cambiado la Tierra: el Antropoceno es el momento en que los humanos conseguimos cambiar el ciclo vital del planeta, cuando los humanos sacamos al planeta de su variabilidad natural”, explica Alejandro Cearreta, científico español, miembro del referido grupo, constituido por 35 especialistas, quienes tras siete años de investigaciones acordaron considerar el Antropoceno como una nueva época geológica dentro del periodo Cuaternario.

Sin lugar a dudas nunca ha existido una especie como el homo sapiens sobre nuestro orbe, un ser que pudo evolucionar a tanta velocidad, lográndose adaptar a cualquier clima de la Tierra, incluso al cosmos. El homo-sapiens tomó control del planeta y de la vida misma, sí, control de la inmensa variedad de vida que aprovechó la generosidad de la Tierra para expandirse por todas sus latitudes, fueran estas aires, mares o tierras. El ser humano, gracias a su inteligencia, habilidades y conocimientos, más de las veces alcanzó logros positivos, pero en otras su acción fue en desmedro de otras especies, extinguiéndolos o poniéndolos en peligro, incluso a sí mismo.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss

Fuentes

Morison, Samuel Eliot y Commager, Henry Steele Historia de los Estados Unidos de Norteamérica. 1ra. Edición en inglés, 1930. 1ra. Edición en español, 1951. Fondo de Cultura Económica. Mexico – Buenos Aires.

Salas, Javier (2016, septiembre 9). Bienvenidos al Antropoceno: Ya hemos cambiado el ciclo natural de la Tierra. Diario El País, Españahttp://elpais.com/elpais/2016/09/05/ciencia/1473092509_973513.html