Los imponderables

El mundo celebraba el 31 de diciembre, como tantas otras veces, el final de un año y esta vez la de una década. La alegría por la llegada del 2020, especie de guarismo mágico, número bonito, redondo, fácil de leer y pronunciar, pronto se desvanecería. En ese momento no se tenía la menor idea de que en apenas una semana se desataría una de las mayores calamidades en tiempos recientes. Esto es un imponderable. Y en este caso, por su magnitud, un imponderable mayor.

El coronavirus demostró lo frágiles que somos. Lo mal preparado y descoordinado que está el mundo para algo así como una pandemia severa. Por más avanzada que esté la ciencia y la tecnología no hay manera de predecir ciertos hechos, estos llamados imponderables, ni siquiera teniendo a la mano esa nueva cosa llamada inteligencia artificial.

No nos imaginamos los primeros días de enero que el planeta sería escenario de un inédito toque de queda mundial, con ciudades, países y hasta continentes cercados. Por doquiera surgen letreros virtuales avisando «Prohibido pasar», «No entres», «Quédate en casa», «No te movilices», «Cumple la cuarentena». La mayoría obedece, hay que reconocerlo, pero también hay irresponsables que desafían el peligro, poniendo en riesgo a sí mismos, a sus familiares y a las personas que se cruzan en su camino, sabiendo que el virus, ese que no lee letreros, no respeta fronteras y pasa adelante donde le da la gana.

Tampoco nos imaginamos que pronto los videos nos traerían escenas dantescas, registradas en hospitales con pasillos hacinados de enfermos en fase terminal; insumos y espacios insuficientes; ingresos selectivos de pacientes; médicos y personal sanitario, héroes anónimos, trabajando hasta el agotamiento infinito con la misión de salvar vidas. Es el horror televisado, el sufrimiento familiar on line, la impotencia de no poder ayudar a los enfermos. Sobre nosotros mismos y encima de nuestras familias pende el miedo de contraer el virus.

No estaba preparado el mundo para contener una pandemia de esta naturaleza y atender decenas de miles de contagiados. Miles de hospitales mal acondicionados, consecuencia del descuido, la improvisación, la corrupción, el lobbismo, la danza de  billones y billonarios, la politización de todo, la polarización planificada, las nuevas tecnologías de comunicación ¿incomunicación? Todo esto conforma la amalgama de la década de los 2010 y la pesadilla de los inicios de los 2020. Vivimos tiempos de improvisación y caos.

¿Existen otros imponderables?

Por la propia definición de la palabra es imposible saberlo. No se puede anticipar un elemento o hecho inesperado e inevitable. Por ejemplo, quién iba a pensar que las instalaciones de IFEMA, la Feria de Madrid, la misma que sirvió de sede de la COP25, la vigésima quinta conferencia climática, preámbulo del Acuerdo de París, en apenas tres meses se convertiría en un inmenso hospital de campaña ante un inédito y agresivo virus que amenaza al mundo entero. Un imponderable mayor y a la vez una cruel simbología que por fuerzas del destino encierra en un mismo recinto a la pandemia y al cambio climático, dos enormes amenazas de nuestros tiempos.

Sobre el cambio climático, éste no pertenece al grupo de los imponderables, puesto que ya se encuentra  entre nosotros y está empeorando tal como lo viene midiendo y avisando la ciencia en las últimas décadas. La anomalía climática puede desembocar en situaciones tan peligrosas o más como el del nuevo coronavirus. Hechos medibles y comprobados son ignorados por masas humanas que comparten este noble planeta azul.  Peor aún, gente que está en conocimiento de estos hechos los niega, de modo que se ha creado un partido de negacionistas, conformado por un numeroso grupo de personas. Pero también están los  indiferentes, aquellos que no quieren saber del problema y mucho menos involucrarse en las soluciones.

Siempre han ocurrido acontecimientos en el mundo de manera inesperada e inevitable, con   consecuencias que no se pueden conocer o precisar de antemano. Que sirva la tragedia del coronavirus como campanazo de alerta para la otra tragedia que habrá de venir, a menos que se involucren millones de personas que obliguen a sus dirigentes a tomar verdaderas medidas para evitar la tragedia mayor.

Una nota final

Seamos responsables, cumplamos la cuarentena y las otras medidas preventivas dictadas por las autoridades nacionales y mundiales. Pero una vez que salgamos de esta peste del siglo XXI aboquémonos a la lucha contra el cambio climático, que pudiera ser mucho más dañino que el propio coronavirus. Cada uno desde su trinchera y de acuerdo con sus posibilidades debe unirse a esta lucha.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss