Permafrost en el  Ártico-Canada Stockholm University su.se Foto: Gustaf Hugelius

No es mucho lo que se habla de permafrost, a pesar de su enorme extensión e importancia. Para que se tenga una idea, estas regiones congeladas sin hielo ocupan la cuarta parte de los suelos de la Tierra. La denominación fue acuñada en 1943 por S. W. Müller y se deriva de las palabras inglesas “permanent” y “frost”, es decir,  permanentemente congelado. El espesor del permafrost puede variar desde unos pocos metros hasta varios cientos de metros de profundidad. Su función en la naturaleza es servir de grandes depósitos de carbono e impedir que éste ascienda a la atmósfera en forma de CO2. El permafrost está ubicado principalmente en el hemisferio norte en la tundra y la taiga.

La tundra es uno de los biomas más fríos del planeta, que se ha descrito como una llanura sin árboles o un desierto congelado todo el año. Se caracteriza por poseer un subsuelo helado, con superficies pantanosas cubiertas de musgos y líquenes. La tundra se localiza principalmente en el hemisferio boreal, en el norte de Rusia, Alaska, norte de Canadá, sur de Groenlandia y en la costa ártica de Europa.

La taiga también es un bioma, con enormes formaciones boscosas de coníferas, siendo la mayor masa forestal del planeta. En este caso el suelo puede congelarse durante el invierno, pero los meses de verano son lo suficientemente cálidos como para que la superficie se descongele, aunque las partes más profundas permanecen congeladas. La taiga se encuentra al norte de Rusia, incluyendo Siberia, al norte de Europa, en la Bahía de Hudson, al norte de Canadá y Alaska.

En el hemisferio sur el permafrost es escaso y se encuentra solo en las Islas Georgias y Sandwich.

En el caso de Rusia es importante destacar que casi las dos terceras partes de su territorio se asienta sobre zonas de permafrost. Muchas ciudades y pueblos rusos están construidos sobre estos suelos inestables, aunque solo el cuatro por ciento de la población vive en ellos.

La función de los suelos permafrost en la naturaleza

Los suelos permafrost son grandes sumideros de carbono orgánico acumulado en el subsuelo durante millones de años. Se les puede imaginar como a enormes termostatos que regulan el clima de la Tierra. El permafrost actúa como un sello que evita que el carbono escape del subsuelo. Los expertos estiman que existe alrededor de 1700 millones de toneladas de carbono almacenadas bajo el permafrost. Esta cifra representa cerca del doble del total de carbono en la atmósfera.

Cuando el suelo permanece congelado el carbono es inactivo, pero cuando el permafrost se descongela la descomposición de la materia orgánica se puede activar violentamente. En estos suelos existen ciertas clases de bacterias, hongos y virus, que han sobrevivido durante millones de años en estado de hibernación. Los ambientes oscuros, carentes de oxígeno y extremadamente fríos hicieron que esto pudiera ocurrir. Estos microorganismos al activarse pueden convertir el carbono en dióxido de carbono (CO2).

Con el incremento constante de la temperatura en la Tierra existe el peligro de que los sellos de permafrost se rompan y liberen CO2 a la atmósfera, y en menor medida metano. Con ello se aumentaría el efecto invernadero de la Tierra y en consecuencia la temperatura global.

A diferencia de las latitudes más cálidas, donde los microorganismos en el suelo descomponen constantemente la materia vegetal y envían el carbono gradualmente a la atmósfera, en los suelos árticos se han preservado los restos congelados de la vida vegetal antigua.

El caso de Siberia

Durante este año 2020 Siberia está viviendo temperaturas que han marcado nuevos récords. El ambiente cálido está haciendo que los incendios forestales aumenten en algunas regiones. Como consecuencia el permafrost se está descongelando a una tasa mayor a la estimada.

Según el Washington Post (en inglés), “En Siberia y en gran parte del Ártico, se están produciendo cambios profundos más rápidamente de lo que los científicos anticiparon hace solo unos años. Los cambios que antes parecían estar a décadas de distancia están ocurriendo ahora, con implicaciones potencialmente globales.”

El citado medio señala que Vladimir Romanovsky, investigador de la Universidad de Alaska en Fairbanks, ha dicho: “el ritmo, la gravedad y el alcance de los cambios son sorprendentes incluso para muchos investigadores. Las predicciones sobre qué tan rápido se calentaría el Ártico, que alguna vez parecían extremas, subestimaban lo que está sucediendo en la realidad. Las temperaturas que se han medido en el Alto Ártico durante los últimos 15 años se pensaron que ocurriría durante 70 años.”

Por otra parte, National Geographic informó: “El día súper caluroso de este mes (junio de 2020) surgió de una potente combinación de factores. Primero, el cambio climático empujó hacia arriba las temperaturas base. Luego, el oeste de Siberia experimentó una de sus estaciones de primavera más calurosas, según los científicos climáticos del Servicio de Cambio Climático de la UE. Desde diciembre, las temperaturas del aire en la región han promediado casi 11 ° F (6 ° C) por encima del promedio observado entre 1979 y 2019. Es probable que las altas temperaturas también estén muy por encima del promedio observado en cualquier tramo similar de seis meses que se remonta a 1880…”

La ONU, el 20/06/2020, tituló en su página: “Una ola de calor extremo afecta el Ártico con una posible temperatura récord de hasta 38°C y voraces incendios”.

Conclusiones

La situación aquí descrita es seria. Pero pudiera ser menos grave si en un término razonable se disminuyera una serie de actividades que inciden en el aumento de la temperatura en el planeta. Entre ellas: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero producidos por los medios de transporte y la industria. Dejar de invertir en exploración y producción  de nuevos yacimientos petroleros. Abandonar el uso del carbón en la generación de electricidad.

Así mismo se debería reducir drásticamente la deforestación de los bosques. La tala masiva de árboles es uno de los principales factores que incrementan el calentamiento global. Las cinco últimas décadas (1970-2020) indican que es más difícil erradicar o regular esta práctica que sustituir el parque automotor tradicional por electromovilidad o remplazar la generación eléctrica mediante carbón por energía solar o energía eólica.

El ciclo deforestación-incendios-sequía-calentamiento global-deforestación, es un ciclo perverso que cada vez que da una nueva vuelta de tuerca empeora las condiciones del planeta. El ciclo perverso se ha vuelto indetenible desde los 1970, la década de la hiperaceleración, como la han llamado algunos expertos. Desde entonces se inició la deforestación hostil de los bosques más importantes de la Tierra. Por ahora no existe ningún indicio de que  se pueda parar la tala sistemática de árboles.

Hay que detener el ciclo perverso de la deforestación si no queremos ver temperaturas impensables en los próximos veinte años y la fusión de los sellos de permafrost. Esto es de vital importancia para la supervivencia de la especie humana y de las otras especies con las que compartimos este maravilloso planeta.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss