Al iniciarse próximamente cop 15 Copenhague, la Cumbre sobre cambio climático auspiciado por la ONU, a efectuarse en la capital de Dinamarca entre el 7 y el 18 de diciembre de 2009, es propicia la oportunidad para recordar la curva del “palo de jockey”. Se trata de una gráfica en la que una de las variables tiene un comportamiento suave por un tiempo, casi paralelo al eje de las abscisas, ligeramente inclinado hasta cierto punto en el que la curva cambia bruscamente, se aleja de la horizontal y se vuelve cada vez más paralelo al eje de las ordenadas o línea vertical, tomando la forma del implemento deportivo al que debe su nombre.
En nuestro mundo actual la gente está dividida en tres grupos de acuerdo a su opinión acerca del cambio climático. En el primero se ubican los que creen que el problema es real y grave, y opinan que si no se actúa la crisis puede desembocar en una verdadera catástrofe. En el medio están los apáticos, poco informados, que declaran que sus quehaceres cotidianos no les permiten enterarse de la situación. En el tercer grupo se encuentran los negacionistas, personas que piensan que esto y aquello del cambio climático y el calentamiento global son meras historias, invenciones o exageraciones y que en todo caso no representan un peligro inminente.
El estado presente de la ciencia no está en capacidad de predecir si el calentamiento global corresponde a una curva de “palo de jockey” o no, cuya variable temperatura pudiera estar en su fase de incremento suave en función del tiempo. Por ello, nadie puede afirmar ni negar que el cambio climático, presuntamente en desarrollo en nuestro planeta, pueda conducirnos antes del fin de este siglo 21 a una fase brusca en la que la temperatura pudiera aumentar cinco o diez grados. Ello es impredecible, ya que nunca ha existido una situación similar en el pasado, una extrema intervención humana del planeta. Se trata, pues, de una situación inédita. Los modelos de simulación matemáticos son poco confiables por ahora, debido a la infinidad de variables bióticas y abióticas presentes en los múltiples sistemas ecológicos de la Tierra.
Si las personas del primer grupo son las que finalmente tendrían la razón, y si no se realizan las acciones proporcionales a sus opiniones, entonces sobrevendría una catástrofe que pudiera tener diferentes matices, en cuyo extremo nos permitimos imaginar una situación de “palo de jockey”, un gigantesco caos ambiental que incluiría la desaparición de la especie humana y de miles de especies más. Si los que tuvieran la razón son los individuos del tercer grupo entonces nada drástico ocurriría en materia de cambio climático y las pequeñas variaciones se pudieran manejar en el tiempo, al compás de los dictados de los políticos y de las economías.
En consecuencia, se abren tremendas interrogantes para los participantes de la Cumbre: ¿cómo sabrán quién tiene la razón? ¿Qué decisiones se van a tomar? ¿Qué criterios utilizarán para tomarlas? Descomunal responsabilidad ante la historia y las generaciones futuras.
Lamentablemente ya se habla de que las decisiones de la cumbre serán meras declaraciones y no tendrán carácter vinculante respecto a la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Sus objetivos se limitarán a ser “ambiciosos, pero sin exigir que los países contaminantes reduzcan sus emisiones”. De ser cierto, no hemos aprendido la lección de Kioto.
Hay que recordar que en ningún otro planeta, por más que los científicos hayan escudriñado el cosmos, se ha descubierto siquiera primitivos microorganismos. En cambio en la Tierra existe una exuberancia vital casi ilimitada. Es nuestra obligación perentoria cuidarla y preservarla. Nadie debería descartar la extinción de la vida en el planeta como una posibilidad real.
Copenhague no es un juego… pero puede que allí se juegue la suerte de la humanidad.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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