Del 7 al 18 de diciembre de 2009 se efectuará la COP15 Copenhague, la Cumbre sobre cambio climático de nuestro planeta, auspiciado por la ONU.

Faltando tres semanas se sabe que las decisiones más importantes han sido diferidas de antemano para el año que viene, porque no hay consenso para un tratado jurídicamente vinculante. Las noticias señalan la imposibilidad de lograr un acuerdo en la Cumbre para crear un tratado jurídico que comprometa a los países a cuotas de disminución de dióxido de carbono, que sustituiría al Protocolo de Kioto, que vence en 2012. A cambio, se está buscando un acuerdo políticamente vinculante que allane el camino para el siguiente paso.

Es de imperiosa necesidad que la humanidad tome conciencia de que la Tierra, nuestro único hogar orbital, nació preñada de vida, pues con sus 4.600 millones de años de edad ya albergaba seres vivientes hace 4.000 millones. Es decir, casi desde sus inicios estaba destinada a convertirse en un planeta portador de vida, un hábitat palpitante, especialmente amable y hospitalario que propició el surgimiento y la coexistencia de una inmensa cantidad y variedad de seres vivientes en ella.

De aquellos originarios y primitivos microorganismos saldrían innumerables especies de las más fantásticas y disimiles formas, tamaños, colores, locomociones y funciones. Tan solo de invertebrados se conocen casi dos millones de especímenes. De los vertebrados baste nombrar a mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios. Después tenemos los reinos de las plantas, las algas, los helechos y los virus, todos ellos invitados a la hermosa y alegre fiesta de la vida.

El ser humano fue el último en llegar a la celebración. Irrumpió hace apenas unos segundos, contados en escala de cronometría geológica, y en tan poco tiempo ha alterado significativamente la hermosa alfombra que la naturaleza había tejido pacientemente durante millones de años, representada por la diversidad biológica imprescindible para una armoniosa convivencia.

Es válida la oportunidad para recordar que la vida es un privilegio, un regalo de Dios para muchos, un milagro de la naturaleza para otros. Estamos a tiempo de concienciar lo que está pasando con nuestro maravilloso planeta azul, todavía tapizado de verde por doquier, y asumir que lo estamos convirtiendo en un lugar sobre contaminado y sobrecalentado, inhóspito para muchas especies que ya han sucumbido y para otras miles que se encuentran en peligro de extinción, incluyendo posiblemente a la propia especie humana.

Los retos de estas cumbres climáticas son enormes y sus deliberaciones deberían trascender de la habitual diatriba y dejar de culpabilizar a sistemas políticos, económicos, ideológicos o religiosos. Nada se gana con ello. Más bien todos deberían enfocarse en identificar las metas y acciones más urgentes y designar los diferentes actores para su cumplimiento. Cada quien debe asumir su cuota de responsabilidad y cooperación, por más ambiciosas o audaces que éstas sean.

Hay que cesar la retórica y las tácticas dilatorias. Son inaplazables las acciones correctivas para componer lo que hemos echado a perder. Quizás en un próximo futuro los acontecimientos obliguen a decretar algo similar a una economía de guerra y suspender la producción de bienes y servicios superfluos como se hacen en las conflagraciones y dar prioridad a los que permitan alejar los peligros inminentes y restablecer las condiciones climáticas del planeta, al menos a su estado de hace un siglo. Si no asumimos los desafíos en su verdadera magnitud hoy, puede que mañana sea tarde. Ya no hay lugar para excusas, ni siquiera las de índole económica, pues sin vida ya no habría economía. Tan sencillo como eso.

Copenhague no es un juego… pero puede que allí se juegue la suerte de la humanidad.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss