Este artículo es el último de la serie de tres publicados a finales de 2011, y fue reproducudo en octubre de 2014.

Hay un viejo chiste en el que un tipo que vive en Europa escribe un e-mail a su hermano, quien desde hacía varios meses reside en Nueva York: “tu gato cayó del tejado dentro de un tanque y murió ahogado”. Después de llorar tres días por su adorado minino, contesta: –mira, no te imaginas lo duro que ha sido esto para mí. La próxima vez tienes que ser menos brusco y escribir varios mails para ir suavizando la cosa, por ejemplo: en el primero me dices: “el gato se subió al tejado”, un día después: “el gato camina en el borde”, al tercer día: “el gato cayó a la pileta”, al cuarto: “el gato está grave, tiene poco chance de sobrevivir” y en el quinto; “lo siento, hermano, tu gato ha muerto”. El europeo le escribe que tiene toda la razón y promete ser más cuidadoso en el futuro. Pasan unos meses y manda un correo al neoyorquino: “hermano: mamá se subió al tajado”.

Si usted, que está leyendo esto, sin importar el lugar del mundo donde se encuentre, se dirige a una plaza cercana, con cierta afluencia de gente, y formula unas preguntas a algunos de los presentes, probablemente llegará a la conclusión de que el 99% de los encuestados no responde correctamente ni a la cuarta parte de las consultas. Uno de los grandes problemas que hay con el Protocolo de Kioto, y con muchas otras cuestiones relativas a nuestro deteriorado hábitat rotatorio, es la ignorancia generalizada de los vecinos de este maltrecho planeta azul llamado Tierra y el poco interés que existe sobre estos temas, tanto de las mayorías como de los medios de comunicación. Si hubiese más conocimiento sobre la cuestión, seguramente les sería más difícil a los dirigentes del mundo tomar esa cantidad de decisiones, inversas al más mínimo instinto de supervivencia.

Al finalizar la encuesta, usted seguramente apreciará que casi nadie sabe que el Protocolo de Kioto es un documento nacido del seno de la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, en 1992, a consecuencia de los datos obtenidos sobre los aumentos de la temperatura media del planeta, de 0.3 grados por década. Que la mayoría desconoce que el Protocolo de Kioto tiene por finalidad mitigar los efectos del cambio climático, a causa del incremento de emisiones de gases de efecto invernadero. Que son muchos quienes no saben que 180 países se comprometieron en Río a tomar medidas para disminuir los efectos del cambio climático, del cual saldría posteriormente el Protocolo de Kioto. Que son pocos quienes conocen que la Conferencia de las Partes (COP) se estableció como el órgano supremo del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con la asociación de los países que forman parte de ella, que se reúne anualmente en cumbres para combatir el cambio climático. Así mismo se enterará de que tampoco es de conocimiento generalizado que el convenio entró en vigor el 21 de marzo de 1994, que la  primera conferencia, la COP 1, se realizó en Alemania, en 1995, que el Protocolo fue firmado inicialmente por 160 países, el 11 de diciembre de 1997, en la ciudad nipona de Kioto, y es desde entonces que realmente adquiere su partida de bautismo como Protocolo de Kioto y su fama se esparce por el mundo como una inmensa esperanza en la lucha contra la adversidad climática.

Un significativo porcentaje de sus encuestados seguramente ignora que mediante el Protocolo de Kioto se acordó que, durante el periodo 2008-2012, unos diez años después de su firma, se reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a 1990, aproximadamente en un 5% a escala global, lo cual significa que cada país se hacía responsable de un porcentaje particular, de acuerdo a su actividad. Hasta 2003 habían ratificado el Protocolo 120 países, responsables del 44% de las emisiones. En 2004 lo hizo Rusia, cuya adhesión al tratado era muy importante para que pudiese adquirir validez legal. En el COP 13, Bali 2007, se dio un paso importante para llegar a un acuerdo para sustituir al Protocolo de Kioto y se estableció un plan marco para las negociaciones en COP 15, Copenhague 2009, cuyas resultas fueron calificadas de rotundo fracaso al no conseguirse un acuerdo vinculante para sustituir el importante tratado climático. Esto fue diferido para la reunión del año siguiente en COP 16, Cancún 2010, donde tampoco se avanzó en la materia.

Los dirigentes siempre se las han arreglado para no enviar mensajes negativos o demasiado bruscos. En los últimos años han evitado decir que el Protocolo de Kioto ha muerto. Ellos, “para suavizar la cosa”, como en el chiste, han venido dando señales, bastante claras para quienes estamos pendientes de estos temas, dosificadas lenta pero sistemáticamente, que pudiera traducirse como: el Protocolo se subió al tejado; el Protocolo camina por el borde; el Protocolo cayó a la pileta; el Protocolo está grave y tiene poco chance de sobrevivir; para finalmente despacharnos: lo siento, hermano, el Protocolo de Kioto ha muerto.

Esto, aun cuando basado en un chiste, no es broma, y hay que decirlo con crudeza: aplazar las medidas urgentes contra el cambio climático equivale a aplazar la quimioterapia de un familiar con cáncer. En ambas situaciones las consecuencias pueden ser irreversibles y fatales. En el caso de la Tierra los afectados serían miles de millones de personas y cientos de miles de especies.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss