Cuando comenzaban a rugir los primeros ferrocarriles en Estados Unidos, muchos dueños de tierras pusieron en duda la factibilidad del novedoso medio de transporte y apostaron por su fracaso. Su argumento era muy simple: los tendidos de rieles estaban violando la propiedad privada y ellos no estaban dispuestos a permitirlo. Algunos amenazaron con defender a sangre y fuego lo suyo.
Pasó el tiempo, y estos negacionistas del ferrocarril tuvieron que capitular, y el tren se impuso a lo largo y ancho del país.
La historia está llena de negacionistas que tuvieron que ceder. La Iglesia negó las teorías de Galileo y Copérnico por mucho tiempo. Luego no le quedó más remedio que reconocer su error.
A los negacionistas del cambio climático, tarde o temprano les va a pasar lo mismo que a todos los negacionistas del pasado. Lo mejor sería que fuera temprano, y así ahorrarle grandes sufrimientos a la humanidad, incluso a sus propias familias.
Kodak, aunque fue un caso diferente, era un ejemplo clásico en los libros de marketing de los 80s y 90s como la más imbatible empresa del planeta. Se urdieron todo tipo de conjeturas sobre cómo se pudiera destronar, unas más destempladas que las otras, pero nadie intuyó que las cajitas amarillas tenían sus días contados, simplemente porque la ola tecnológica les pasaría por encima y las haría naufragar. Todo sucedió tan rápido que Kodak no tuvo tiempo de reaccionar, en parte porque ella misma se pensó imbatible.
Las petroleras, gasíferas y carboníferas están en mejor posición que la empresa creada por Eastman, pero tampoco son imbatibles e igual tienen sus días contados si continúan aferradas al pasado. Si estas empresas dejaran de negar el cambio climático de origen antropogénico, pudieran unirse a sus competidores que ya están en la gran carrera de la transición energética, y salir del túnel evolutivo con una posición fortalecida.
En cuanto a Estados Unidos, debería retractarse de su salida del Acuerdo de París y fijarse un plazo razonable, como lo hizo cuando decidió ir a la Luna, para abandonar la política de emisiones de gases de efecto invernadero. Con las energías limpias también pudiera asegurar su independencia energética, aunado a la ventaja de que éstas son inagotables, no como el petróleo. Si las perdonas que toman las decisiones no lo ven de este modo, estarían cometiendo un error histórico.
Volviendo a las compañías, ellas tendrían que iniciar el abandono de nuevas exploraciones y tecnologías de extracción de combustibles fósiles. Los capitales deberían reorientarlos hacia los procesos de reingeniería de sus empresas, con la visión puesta en la investigación y desarrollo de tecnologías cada vez más audaces para generar energías limpias, y así mantenerse en competencia. Aparte de recibir el agradecimiento de la humanidad, también lo recibirían de sus accionistas.
Si no asumen el desafío, también a ellos les puede pasar la ola por encima, pero esta vez no será metafórica sino una ola verdadera. Lo malo es que todos quedaríamos con nuestras narices bajo el agua.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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