Monólogos de la Tierra – 02
Aquí me tienen otra vez, flotando alrededor del Sol, circunvalando la Vía Láctea, tratando de adivinar en mi incansable rutina sus próximos pasos. Entre vuelta y vuelta sobre mí misma hoy me ha dado por hablarles del Out of África II, el último gran éxodo de ustedes los humanos, comienzo de su gran aventura, iniciado hace unos 200 mil años en el continente africano, su lugar de nacimiento. También estoy pensando en el Cromañón, el primer hombre moderno europeo, aparecido hace 40 mil años, cuyos avances culturales fueron vertiginosos. Por último no puedo dejar de mencionarles el Würm, mi última glaciación, concluida hace 12 mil años. Tres espacios temporales emblemáticos, distintos y distantes entre sí, con ustedes como sus protagonistas.
¡Ah! Pero nada comparable con lo que vino después: Egipto y Mesopotamia, las dos esplendorosas civilizaciones que vieron florecer en gran escala su ingenio, creatividad y conocimientos, apenas unos miles de años luego de que abandonaran las cuevas. No dejo de asombrarme de que en tan escaso tiempo desarrollaran una inmensa capacidad de soñar y convertir sueños en realidad. Su sabiduría y voluntad se elevaron a cotas inimaginables. Su planificación, organización y creatividad alcanzaron niveles nunca antes fantaseados. En aquellas tierras de faraones revelaron sus admirables obras de ingeniería y arquitectura, al igual que sus espléndidas manifestaciones de arte, avanzados conocimientos matemáticos, monedas y otros medios de cambio, complejas organizaciones sociales y religiosas, además de una avalancha de inventos y descubrimientos, en un salto cualitativo sin precedentes. Nunca antes en otra época, ninguna especie en mi superficie logró avances semejantes.
Entre nube y nube voy girando y recordando que en Egipto el problema del agotamiento de la tierra que se dio en otras partes se los resolví yo mediante las especiales características que les obsequié con el Nilo, que no sólo regaba los cultivos de año en año con mis prodigiosas aguas, sino que renovaba la fertilidad de los suelos con su contenido. El río se desbordaba con regularidad de relojería cada otoño, trayendo sus ambarinos sedimentos recogidos a través de su dilatado trayecto. Este especial limo se posaba suavemente sobre mis suelos, las inundaba y fertilizaba con generosidad. Bastaba que ustedes tiraran unas semillas en aquellos frescos lodos, esperaran que crecieran las plantas y así podían cosechar alimentos en abundancia, condición que resultó extraordinaria para la agricultura, en especial para el cultivo del trigo y la cebada, lo cual les permitió abastecer a los numerosos asentamientos que fundaron a lo largo de las orillas del “histórico río”, como lo denominan ustedes. De este modo sus congéneres echaron raíces sólidas, prosperaron y evolucionaron hacia las espléndidas urbes.
La mayoría de ustedes sabe que el valle del Nilo, aunque se extendía a lo largo de casi 7000 Km, era una estrecha franja de entre 16 y 50 Km de ancho, rodeado de extensas zonas desérticas. Este árido marco natural no permitía retener la humedad producida por las inundaciones anuales. Unas semanas después de retiradas las aguas, mis suelos se resquebrajaban y endurecían como cuero seco. Para resolver el problema, sus ingeniosos ancestros despejaron las pantanosas orillas del Nilo, cubiertas por las marismas, enmarañados cañaverales e intrincada vegetación, ganando tierras de labor a los tupidos barros. Así fueron domesticando las aguas mediante complicadas obras de ingeniería, aprendieron a construir diques, muros de contención, estanques, sistemas de canalizaciones y regadío. Al tener agua y alimentos durante todo el año lograron asentarse y multiplicarse.
Mientras voy dejando atrás la luna llena en mi indetenible, lenta y uniforme rotación, me viene a la mente Mesopotamia, donde también demostraron con creces su ingenio y habilidades, dejando múltiples legados a sus descendientes a lo largo de tres milenios de historia. ¿Sabían que allí no hubo un mesopotámico propiamente dicho, como sí un egipcio?… pues les diré que en aquél fértil territorio, en todo ese tiempo actuaron sumerios, acadios, amorritas, caldeos, cananeos, babilonios, gutis, hurritas, casitas, mitanis y persas. ¿Por qué todos querían a Mesopotamia?… ¿No los saben? Pues el “país entre ríos”, como lo bautizaron sus antepasados griegos, era una región muy fértil y apta para la vida, situado mayormente en la región que hoy ocupa Iraq, entre los históricos Tigris y Éufrates.
Los primeros sedentarios se asentaron en la región, cerca de 10.000 a.C., ocupando la zona septentrional, pues el resto permanecía deshabitado. Estos lejanos parientes suyos inauguraron el Neolítico al practicar la agricultura y la cría de animales. Hace unos 5.000 años a.C. había una cultura muy avanzada para su época, denominada El Obeid, posible precursora de la civilización sumeria, ubicados en mis tierras que ustedes llamaron Sumer. Como saben, estos inteligentes y laboriosos pioneros desarrollaron métodos de conservación del agua, conocían la cerámica, los instrumentos de cobre, los ladrillos y la rueda del alfarero, aunque el invento de la rueda propiamente dicha correspondió a los sumerios, cerca de 3.500 a.C., al igual que la invención de la escritura y las primeras manifestaciones literarias, escritas sobre tablillas de barro cocido con sus novedosos y enredados caracteres cuneiformes. La más famosa obra de sus antepasados es la “Leyenda de Gilgamesh”, poema escrito a principios del segundo milenio antes de su era. Los sumerios eran grandes mercaderes, un auténtico pueblo de comerciantes y empresarios. Cuando los egipcios aún no conocían más que el intercambio de mercancías mediante el trueque, ya ellos habían creado un sencillo sistema monetario. En cuanto a la escritura, ésta nació como una necesidad para apuntalar sus transacciones comerciales y judiciales.
En una de tantas invasiones al país de entre dos ríos se hicieron presentes otros homo sapiens: los amoritas o amorreos, procedentes de Siria. Esto ocurría entre 2.000 y 1.800 a.C., y en cuestión de un siglo, que para mí es como un segundo, llenaron Mesopotamia de numerosos reinos, instauraron una dinastía de reyes en Babilonia, ciudad que impuso su predominio. Uno de sus reyes fue Hammurabí, quien inició su reinado en 1782 a.C., y se universalizó por el célebre código que lleva su nombre. Los babilonios les legaron a ustedes la división de la semana en siete días, el día en 24 horas, las horas en 60 minutos y el minuto en 60 segundos. Después de tres milenios, y a pesar de lo avanzado de su ciencia y tecnología, ustedes no han podido encontrar un sistema mejor que el propuesto por los agudos babilonios. Los meses tenían 29 o 30 días y para compensar la diferencia con mis orbitas alrededor del Sol, algunos años tenían 13 meses. Cada mes se consagraba a uno de los signos del zodíaco y al mes adicional se le asignaba el cuervo, que era considerado como señal de mala suerte. Supersticiones que también heredaron, tanto por lo del 13 como por el pájaro negro.
Cuando en las montañas de Armenia, lugar de nacimiento del Tigris y el Éufrates, la primavera iniciaba la fundición de las nieves, las aguas se salían de sus cauces, inundaban las llanuras y depositaban el material fertilizante. Pero ello se producía en una época no tan conveniente como en Egipto, ya que el grano del trigo todavía no estaba maduro, lo cual los obligó a desplegar inmensos esfuerzos para evitar que las aguas arrasasen sus siembras antes de las cosechas. Para complicar más las cosas, en verano aquellas llanuras padecían de un calor sofocante que achicharraba las plantas. Sus tatarabuelos sumerios no se dieron por vencidos, exprimieron sus neuronas y como resultado realizaron grandes obras de ingeniería, domesticaron las caprichosas corrientes de los ríos gemelos y construyeron complejos sistemas de regadío. Con el tiempo Mesopotamia se convirtió en el granero de Oriente y su fama sobrepasó lejanas fronteras. Hasta Herodoto se asombró por la gran capacidad de producción de estos suelos, que rendían seis o siete veces más que los griegos. ¿Sabían que cien años después de la desaparición de Babilonia, el gran historiador griego no hallaba superlativos para describir la generosidad de las tierras enclavadas en la región mesopotámica?
Estas mega construcciones, las primeras cirugías que ustedes practicaron sobre mi piel, tanto en Egipto como en Mesopotamia, propiciaron la multiplicación de hombres y mujeres por todas partes, pero por otro lado iban destruyendo el hábitat natural de otras especies. En el caso de la eco-región del Nilo, los hipopótamos, cocodrilos y una abundante fauna menor fueron desplazados de sus hábitats naturales, que ocupaban desde milenios a orillas del gran río. Mientras que en Mesopotamia la fauna y flora de los dos históricos ríos corrieron la misma suerte. En ambos casos ustedes iniciaron su intervención sobre mí y afectaron la vida que hospedo desde hace cientos de millones de años en esa delgada y frágil esfera vital que ustedes han denominado biósfera.
Esas primigenias cirugías no representaban sino insignificantes rasguños para mí, pero a partir entonces sus actividades se han incrementado de manera rápida y desproporcionada. Aquellas ancestrales intervenciones han mutado a una auténtica toma de posesión del planeta por parte de ustedes, como si fueran los dueños de mis aires, suelos y aguas, y lo más grave, de toda la vida que hay en ellos. Sus frenéticas actividades se han multiplicado a lo ancho y largo de mis curvaturas, agravado en el último siglo por sus emisiones de gases invernadero que han conducido al calentamiento global y como consecuencia al cambio climático. Estos inesperados eventos son una novedad para mí, en especial por la velocidad con las que se han presentado, los cuales, con mi cronometría geológica hasta me son imposibles de medir. Estos fenómenos son una verdadera amenaza que parecen anunciar un gran caos a lo largo y ancho de la biósfera, poniendo en peligro la vida de todos, incluyendo la suya y la mía, porque si no lo saben, sin ustedes y las otras especies ya ni yo sería la misma. La Tierra es un “planeta vivo”, han dicho algunos humanos, y en esto coincido con ustedes porque en verdad la vida y yo somos inseparables. Sin vida sobre mi superficie yo tampoco tendría vida y entonces me convertiría en un planeta muerto, como tantos otros.
Todavía están a tiempo de rectificar. Con su inteligencia y voluntad podrían lograrlo. Que así sea.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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