Un árbol respira, dos árboles respiran el doble y en el caso del Amazonas es la selva más grande del mundo la que respira. Y lo hace con fuerza, porque son millones de árboles los que viven en su inmenso territorio de cerca de seis millones de Km2, ocho veces mayor que la selva de Borneo, esquilmada en un 75%, en gran parte durante las tres últimas décadas del siglo pasado. El que hace poco fue el pulmón del sudesteasiático, hoy día es un órgano mutilado y enfermo. La depredación fue tal que la enorme isla se convirtió en la primera exportadora de madera del planeta, mayor que África y Brasil juntos. Las consecuencias de este desastre no se hicieron esperar. Borneo y sus zonas de irradiación o influencia (algunos creen que comprende desde Chile hasta Australia), sufrieron un drástico cambio climático local, sin dudas de origen antropogénico. En el caso del Amazonas, para que se tenga una mejor idea de su tamaño, la selva tropical sudamericana podría alojar casi doce veces el territorio de España. En consecuencia, cabe imaginar la magnitud del daño que causaría su deforestación si sigue por el camino de Borneo, lo cual ya está en marcha y si no se detiene creará un cataclismo climático mundial, ya que su zona de irradiación o influencia no solo es local sino el planeta entero.
Los árboles producen oxígeno, vital para la mayoría de las especies, y a su vez absorben dióxido de carbono, CO2, el mayor componente de los Gases de Efecto de Invernadero, GEI, causantes del calentamiento global, principal detonante del cambio climático. Durante la fotosíntesis, proceso que realizan los árboles y la gran mayoría de las plantas, éstos absorben y almacenan CO2, el cual queda fijado en sus raíces, troncos y hojas en forma de carbono. Las plantas, aunque toman oxígeno del aire y reingresan dióxido de carbono, el balance final es positivo a favor de la extracción de CO2 de la atmósfera. La capacidad de absorción de dióxido de carbono es directamente proporcional al tamaño, densidad y cantidad de plantas y árboles presentes en un bosque.
En la selva del Amazonas existen cerca de 80 mil clases de árboles y más de 140 mil especies de plantas. Son cientos de millones de ejemplares que absorben agua y luego la devuelven, a través de sus hojas, en inmensas cantidades de vapor de agua a la atmósfera, una mega transpiración que forma las nubes, de las que regresa el vital líquido mediante lloviznas pasajeras o prolongados aguaceros, que en parte se precipitan sobre la propia selva, con lo cual sus bosques mantienen una humedad constante, aunque también riegan lugares lejanos como la cordillera andina. Esta gigantesca maquinaria bioquímica nos da idea de su importancia y explica por qué se le denomina el “pulmón del mundo”, a la vez que preocupa que pudiera desaparecer en menos de medio siglo.
El efecto invernadero natural de la Tierra es un fenómeno que le ha permitido durante millones de años mantener temperaturas en un rango bastante uniforme, necesario para desarrollar y mantener una gran diversidad de vida en ella. ¿Cómo funciona? Los rayos solares llegan del espacio, rebotan en la superficie del planeta e intentan escapar de nuevo al cosmos, pero son atrapados por la atmósfera y como consecuencia se produce la condición vital de temperatura uniforme. Si no sucedería este fenómeno la Tierra sería un planeta helado, probablemente deshabitado como la mayoría de los otros, o cuando menos no apto para la vida tal como la conocemos. Todo esto gracias a los gases que intervienen en ello, por lo cual reciben el nombre de gases de efecto invernadero, tales como el vapor de agua (H2O), el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (N2O) y el ozono (O3), aunque el mayor volumen corresponde a los dos primeros.
Según algunos científicos, la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado desde los inicios de la revolución industrial, 1750, modificando la composición de la atmósfera y el efecto invernadero natural de la Tierra, aumentando su temperatura en un proceso aparentemente lento, desde el punto de vista de la cronometría humana, pero casi instantáneo respecto a los tiempos geológicos. Se estima que dos tercios de este incremento provienen de la quema de combustibles fósiles, como el petróleo, el gas y el carbón, mientras que el tercio restante procede de la deforestación de grandes extensiones de bosques y selvas. En el Amazonas ya está muy avanzada la destrucción de los bosques para dar paso al despeje de suelos destinados a la urbanización, la agricultura, la ganadería, el sector maderero, la explotación petrolera y minera, construcción de carreteras, oleoductos, represas hidroeléctricas, además de que unos 30 millones de personas viven en la cuenca del Amazonas. Todo esto representa una intervención humana a gran escala, nunca antes ocurrida en el planeta, por lo cual no hay experiencia previa de algo así, la cual, si no se detiene, afectaría de manera irreversible al pulmón del mundo y por ende a todos los habitantes de este punto azul llamado Tierra.
En la medida en que se vayan talando sus árboles, el Amazonas irá disminuyendo la cantidad de vapor de agua que libera a la atmósfera, reduciéndose la humedad y las lluvias sobre la selva e incrementándose la sequía. Algo ya ocurrido en Borneo a nivel catastrófico, como explicamos en otro artículo, donde el homo sapiens, mediante la tala incontrolada de árboles, convirtió a una de las mayores selvas húmedas del mundo, uno de los más importantes reservorios lluviosos del planeta, donde hace apenas un poco más de medio siglo la humedad y el barro hacían inimaginables un incendio forestal, en un lugar árido, seco y hostil, no apto para animales ni vegetales en la mayor parte de su territorio, donde los fuegos de vegetación son cosa de todos los días. Borneo es un caso gravísimo de la inconciencia humana respecto al medio ambiente, que debe ser el espejo retrovisor de la humanidad, para mirar lo que pudiera ocurrirle a la selva del Amazonas en un próximo futuro si no se ataca a tiempo el problema.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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