De un tiempo para acá José no ha podido dormir bien. Él fue quien colocó aquella económica esquelita, esas de la oferta de las doce palabras: “Ha muerto doña Protocolo de Kioto, vendo casa en bonita playa”, tal como lo relaté hace dos años y pico, parte de una trilogía a la cual le hice un “replay” recientemente por estos lares virtuales, motivado por su vigencia y de mi bautizo en Facebook. El desvelo de José es producto de sendas preocupaciones: primero, no ha podido vender su linda casita en la playa porque un torrencial aguacero, producto del cambio climático, le sacó hasta los muebles por las ventanas. Para completar, luego de gastar una fortuna para repararla y amoblarla, llegaron unas personas y se la invadieron, de modo que con toda esa gente adentro ni el más despistado está dispuesto a comprarla.
Lo segundo lo tiene más atormentado todavía, pues se trata de algo psíquico, algo de otra índole, de otra naturaleza a lo económico, que a veces es peor que las cosas de dinero, como es su caso. Y es que desde que murió doña Protocolo de Kioto, José anda con un morral de culpas a sus espaldas, por haberle tocado a él cubrir aquellos incómodos trámites burocráticos que deben hacer las familias, en medio de su dolor y tristeza, cuando ocurre la sensible pérdida de un ser querido. Pero lo cierto es que aparte de colocar la esquelita, nada más pudo hacer, porque el cuerpo de la finada desapareció como los conejos en los sombreros de los magos. Lo peor fue que desde entonces algo terrible habita en la cabeza de José, algo que no atina a explicar y a lo sumo declara que escucha voces intermitentes, que él asegura son las de la doña.
Lo segundo lo tiene más atormentado todavía, pues se trata de algo psíquico, algo de otra índole, de otra naturaleza a lo económico, que a veces es peor que las cosas de dinero, como es su caso. Y es que desde que murió doña Protocolo de Kioto, José anda con un morral de culpas a sus espaldas, por haberle tocado a él cubrir aquellos incómodos trámites burocráticos que deben hacer las familias, en medio de su dolor y tristeza, cuando ocurre la sensible pérdida de un ser querido. Pero lo cierto es que aparte de colocar la esquelita, nada más pudo hacer, porque el cuerpo de la finada desapareció como los conejos en los sombreros de los magos. Lo peor fue que desde entonces algo terrible habita en la cabeza de José, algo que no atina a explicar y a lo sumo declara que escucha voces intermitentes, que él asegura son las de la doña.
Entre rumores y leyendas urbanas fueron muchas y muy contradictorias las cosas que se dijeron de la desaparición de doña Protocolo. Que si “está muerta del todo”, “que no murió”, “que le prolongaron la vida”, “que anda por allí sin domicilio conocido”, “que está a la espera de ser sustituida por otra doña”. Pero la verdad es que nadie está claro con su paradero desde entonces. José solo recuerda que la última vez que la vio, luego de aquel síncope, el cuerpo de la señora yacía en una acera y nadie vino a recogerla, médico forense incluido. En vista de ello José optó por retirarse a su casa. Fue al día siguiente cuando le sobrevino un ataque de pánico, al comprobar que doña Protocolo de Kioto no se localizaba en ninguna parte y nadie se preocupaba, a pesar de ser ella el freno del calentamiento global.
Ha sido tal la desesperación del pobre José que se ha enfrascado en una indagación durante ya casi tres años, pero todos sus esfuerzos se han estrellado en la nada. Sin embargo, nuestro hombre no se ha dado por vencido y continúa la lucha. Recientemente optó por nuevos métodos para ver si encontraba alguna pista que ubicara a la dama caída en desgracia. Trató de confundir a los algoritmos de búsqueda, se metió en las noticias más frescas, revolvió los sitios más actualizados sobre el tema, pero no consiguió nada sustancialmente distinto a lo que traían los rumores y leyendas urbanas desde hace tres años.
En vista de sus negativas resultas, él está más asustado que nunca. Sabe que debe hacer algo por el alma en pena, que es como decir realizar algo en favor del Planeta. Sí, así con mayúscula, que es como deberíamos escribir este mínimo punto azul que flota en el universo, este que tan generoso ha sido con nosotros y las otras especies que alberga en su seno. Por ahora las voces intermitentes se han hecho más frecuentes y atemorizantes en la cabeza de José. La señora lo ha amenazado con halarlo por los pies mientras duerme si no hace algo urgente por ella.
Doña Protocolo de Kioto la ha tomado con José. El problema es que si seguimos desprevenidos, doña Cambio de Clima, la brava de verdad, sí que la va a tomar con nosotros.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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