Publicado originalmente en diciembre de 2009 como conclusiones para la COP15.
Ha concluido COP15 Copenhague, la Cumbre sobre cambio climático auspiciado por la ONU, efectuada en la capital de Dinamarca entre el 7 y el 18 de diciembre de 2009, con poca gloria y mucha pena.
Faltando tres semanas para los inicios ya se sabía que las decisiones más importantes serían diferidas para el año entrante, porque China y Estados Unidos, los dos países más contaminantes del mundo, así lo decidieron. De esta manera ya la suerte de la Cumbre estaba echada y quedaban pocas esperanzas para lograr un acuerdo que comprometiese a los países a cuotas de disminución de dióxido de carbono que pudiera sustituir al protocolo de Kioto, que vence en 2012. Pero, a cambio, prometieron que saldría una plataforma política de la Cumbre que serviría de base para construir compromisos jurídicos vinculantes en el 2010. El balde de agua helada fue que esto tampoco se concretó.
Como analistas que somos, se nos ocurre, a manera de metodología, imaginarnos a nosotros mismos ubicados en algún punto fuera de la Tierra para tratar de construir una visión extra-planetaria que nos permitiría atinar lo que realmente está pasando con nuestros congéneres “terrícolas” y por qué convirtieron la cumbre (y al Planeta) en una reeditada torre de Babel.
Recordemos que la bíblica torre la estaban construyendo los humanos a fin de alcanzar el cielo. Entonces, según la Biblia, Dios creó los idiomas y dialectos para que hombres y mujeres no pudieran entenderse entre sí. Les puso un freno para impedir que concluyeran la obra con la que pretendían franquear los reinos celestes sin su consentimiento.
Puede que ahora mismo nos esté pasando algo similar. Esto, que a primera vista pareciera carente de seriedad, no deberíamos tomarlo a la ligera. Ahora bien, quien no desee compartir esta visión teológica, lo invitamos a analizar la cuestión mediante razonamientos con bases científicas.
Escuchamos hablar con frecuencia de equilibrio ecológico, pero, ¿realmente nos detenemos a reflexionar sobre ello? Imaginemos que en el planeta sólo hubiesen dos especies: zorros y gallinas, y que en algún momento las aves lograsen expandirse de una manera exponencial. En ese momento los zorros gozarían de una abundancia alimentaria nunca vista y entonces comenzarían a reproducirse y llenar vastos territorios con sus ingentes poblaciones. Su crecimiento, a expensas de las gallinas, haría que estas disminuyesen casi hasta la extinción, produciéndose al poco tiempo una dramática disminución de los zorros por la escasez de su único alimento y el nivel poblacional de las aves volvería a su normalidad. La naturaleza, por medio de la biodiversidad, se encarga de recuperar el equilibrio y el ciclo se repite una y otra vez, garantizando la supervivencia de las especies por millones de años y de paso se va produciendo la evolución.
El ser humano se ha expandido sobre la Tierra a un ritmo sin precedentes en los últimos diez mil años. Hemos desbancado a numerosas especies y puesto en peligro de extinción a muchos miles más. Hemos contaminado la atmósfera, envenenado las aguas y envilecido los suelos. Estamos a punto de descarrilar el clima y producir un monumental desequilibrio, difícil de imaginar hasta para las mentes más fértiles. Si no logramos evitarlo y crear mediante nuestro ingenio los mecanismos de recuperación del equilibrio, la naturaleza lo hará por nosotros. Pero será a un costo elevadísimo, tanto para nosotros como para las demás especies y el planeta mismo. Los humanos somos los zorros del ejemplo en su momento de mayor expansión, y quizás estamos a las puertas de una drástica disminución poblacional y hasta de la extinción de nuestra especie.
Volviendo sobre la torre de Babel de Copenhague, es lastimoso el espectáculo que allí presenciamos. Fue como un circo de varias pistas, donde cada grupo tomó su escenario y presentó su espectáculo de manera simultánea, buscando su audiencia natural. Cada uno hablaba pero ninguno escuchaba a los demás. Los poderosos se encerraron y tomaron las decisiones en privado, eludiendo sus responsabilidades con la humanidad y la historia. Su actitud parece presagiar la historia de Kioto y el camino hacia el desastre. Se comprobó una vez más que el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra es el humano.
Tampoco faltaron los populistas y demagogos que vivieron su momento en la cumbre y no desaprovecharon la oportunidad para robar cámara para sus fines personales. En Copenhague se presentaron como grandes ecologistas pero al regresar a sus países continúan tolerando la extracción indiscriminada de árboles centenarios, o anuncian tener reservas de combustibles para quemar durante mil años, o permiten el almacenaje de sustancias altamente tóxicas en sus territorios o impulsan el hacinamiento en las mega ciudades mediante la multiplicación de casitas para los pobres hasta en las zonas verdes, expandiendo los cinturones de miseria de manera indetenible, con todas su perversiones ambientales y sociales.
En COP15 cada quien habló su propia lengua, pero las estridencias no fueron con los idiomas propiamente dichos. Las diferencias de lenguajes que allí se escucharon no eran como los de la Babel bíblica. Allí se habló en idioma capitalista, socialista, comunista, emergente, tercermundista. Se expresaron los violentos, los partidarios del norte, del sur, los pacifistas, los verdes, pero igualmente no se entendieron entre sí como en la Babel original. Quizás los humanos de ahora terminemos igual que aquellos hombres y mujeres que no pudieron construir su torre hasta el cielo, porque alguna fuerza nos frenará e impedirá concluir nuestra conquista de la Tierra.
Aquí, desde nuestro sillón en la Luna, observamos alarmados nuestra incapacidad de conciliar posiciones. Tal vez el efecto Babel no sea una cuestión fortuita, sino una especie de codificación que llevamos internamente, algo que ideó la naturaleza para impedir que sigamos expandiéndonos a expensas de la diversidad biológica, tan necesaria para el equilibrio e imprescindible para el sostenimiento de la vida en nuestro hasta ahora exuberante planeta azul.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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