¿Pudiera ser Australia la primera zona del planeta con un cambio climático concluido?
No solo son los mega incendios fuera de control, que con sus violentas llamas arrasan todo lo que encuentran a su paso. Ahora se unen a los fuegos otros fenómenos, aumentando la angustia y desgracia de sus pobres habitantes, animales y vegetación.
Como si no les bastaran a los australianos lidiar con los incendios, tienen que soportar otros fenómenos, como el granizo de hace unos días, que se presentó con trozos de hielo del tamaño de pelotas de golf o en forma de huevos de gallina. Vimos en los videos la cantidad de material helado que se precipitó con contundencia, impactando autos, edificaciones y árboles. Parecían misiles rompiendo parabrisas, quebrando techos de plexiglás y desgajando enormes ramas como si fueran de cartón. La conmoción de la gente era notoria, ante este hecho sorpresivo y poco frecuente, según decían.
Pero no solo fue esto. El mismo día del granizo apareció una alta y ancha montaña naranja en el horizonte, que en la lejanía parecía inmóvil, pero nada de esto. ¿De qué se trataba? Al acercarse se apreciaba nada menos que una amenazante tormenta de arena que con su oscura sombra, tal como un eclipse solar, adelantaba la noche a miles y miles de casas que encontraba en su camino. Era impresionante verlo en video, pero inimaginable la horrible experiencia para una familia en el interior de una de esas viviendas agredidas por la naturaleza.
Pero aún falta más: de manera simultánea aparecieron vientos huracanados de una fuerza considerable, según pudo apreciarse en las imágenes que llegaban. En días anteriores también pudimos apreciar inusuales tornados de fuego que esparcían sus espirales de chispas y sus aterradores sonidos.
El humo, voluminoso e infinito, se elevó hasta las alturas por donde vuelan los aviones, luego comenzó a globalizarse, llegando a puntos tan lejanos como el cono sur americano. El fenómeno parecía apoyar la hipótesis del que tantas veces hemos hablado en nuestros artículos sobre Borneo, referidos a los recurrentes incendios de Chile, que en parte tienen su origen en la deforestación hostil de la tercera isla más grande del mundo, a 10 mil kilómetros de distancia. También existe la teoría de que los incendios australianos están relacionados con el cambio climático de Borneo.
Las escenas vistas parecen extraídas de un filme del género apocalíptico. Pero no es ficción. Australia se encuentra bajo una catástrofe real, una situación dantesca que no parece amainar y está lejos de terminar. ¿Cómo quedará Australia después de todo esto? ¿Continuará el caos este año? ¿Y el año que viene? ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cabe la posibilidad de que en unos años Oceanía se convierta en un continente estéril, deshabitado? ¿Pudiera ocurrir una migración masiva de sus habitantes? Son preguntas que quedan en el aire.
El Amazonas se está deforestando desde los 1950, con diferentes intensidades a lo largo de estos 70 años. Pero las cifras de 2019 indican que ha comenzado una deforestación hostil en la gran selva lluviosa, el pulmón del mundo, cuya lluvia riega sus propios bosques, pero también a la imponente cordillera andina, además de las pampas argentinas.
Si los eternos fuegos de Borneo han tenido ese enorme radio de influencia, imaginemos lo que pueda suceder en la América del Sur, con su Amazonas nueve veces más grande que Borneo. Un desastre que la humanidad a toda costa debe evitar.
Australia es un campo de prueba que nos permite observar en vivo y directo cómo son las consecuencias de un calentamiento global y un cambio climático extremos. Australia es un espejo en el que es obligatorio mirarse, un espejo de la humanidad, pero sobre todo el de aquellos que tienen el poder en sus manos, los que pueden cambiar las cosas, aquellos que dirigen el mundo, como los políticos, los gobiernos, los empresarios, los maestros, pero también la gente común. Si los dirigentes no hacen lo que tienen que hacer se les debe pasar factura en las elecciones. No es poca cosa lo que está en juego. Pero podemos ganar. Es obligatorio ganar.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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