Este año 2020 está prevista la activación del Acuerdo de París en la COP26, Glasgow, Escocia, 2 al 13 de noviembre. Los próximos doce meses serán cruciales y estarán llenos de desafíos, tal como se deduce de los insuficientes resultados de la COP25 y el historial de incumplimientos y postergaciones acumulados durante el último cuarto de siglo, tal como lo exponemos en nuestra Breve Historia de las COP.
La denominación terrícola generalmente ha sido utilizada por la ciencia ficción para diferenciarnos de los extraterrestres, visitantes del exterior de la Tierra que casi siempre llegan para fastidiarnos la vida según este género literario o cinematográfico. Pero hoy quiero hablar de los terrícolas en serio, en modo de no-ficción, desde mi propia posición de terrícola e intentar proporcionar una nueva perspectiva a tan complejo problema como es el cambio climático antropogénico, ya en nivel de emergencia climática.
Los terrícolas nos caracterizamos por la diversidad. Tenemos nacionalidades diferentes, hablamos distintos idiomas, poseemos colores de piel distintos, religiones o ideologías disímiles, pensamientos políticos desiguales, diversidad de género, diferentes oficios, somos fanáticos de distintos equipos deportivos. Sin embargo, hay una condición que nos iguala a todos, pero que pocas veces recordamos: somos terrícolas. Desde este denominador común debería partir la unidad necesaria para detener de una manera rápida y eficaz el calentamiento global y frenar el cambio climático.
Se dice que el miedo une a la gente. Pero aún no existe el temor suficiente para que ello se materialice. Sin embargo, habría que unirse antes de que el caos sobrevenga, porque cuando comience a ser visible y a hacer daño a personas y cosas, entonces sí todos querrán unirse. Pero quizás entonces ya será tarde, porque las fuerzas de la naturaleza se habrán desencadenado de tal modo que habrán entrado en un estado de no retorno.
La Tierra es el mejor planeta del universo hasta ahora conocido. No existe otro lugar con el que se le pueda comparar. Para ser acreedora de este afortunado privilegio, la Tierra posee condiciones de las que carecen cientos de millones o miles de millones de otros planetas.
Estas condiciones, que pocos terrícolas conocen, comienzan por su situación en la tranquila periferia de la Vía Láctea y no en el caótico y acelerado centro de nuestra galaxia. Son ideales para sostener la vida su fuerza de gravedad, su distancia al sol; su velocidad de rotación sobre sí misma; su campo magnético; su diámetro; sus 365 noches y días en cada vuelta al sol; sus cuatro estaciones en muchas latitudes; su luna, reguladora de ciclos vitales; su agua en abundancia; su atmósfera compuesta en un 99% por oxígeno y nitrógeno; su 1% restante que contiene otros gases, entre ellos los que producen el efecto invernadero natural que impide que la Tierra sea un planeta congelado.
Todo este privilegio deberíamos recordarlo cada día e igualmente saber que la probabilidad de encontrar otro planeta con todas estas características juntas puede ser de una entre un millón, cien millones y hasta de un trillón según algunos estudios. Hay que recordar que la Tierra es un planeta excepcionalmente favorecido, ideal para una vida exuberante manifestada en los más variados tamaños, sonidos, colores, movimientos y locomociones.
Por todo esto, casi desde sus inicios, la Tierra ha podido engendrar vida en su seno, tal como la ciencia lo ha comprobado mediante el hallazgo de microfósiles incrustados en rocas que datan de 3.500 millones de años. Pero fue en tiempos más recientes (iniciado hace unos 600 millones de años) cuando se produjo el Bio-Big-Bang más espectacular del planeta, origen de casi todas las especies hoy conocidas. De modo que desde entonces nuestro hábitat se ha transformado en un emporio de diversidad biológica.
Pero a la madre Tierra le ha costado gran parte de su vida parir esta enorme diversidad (tiene 4.300 millones de años de edad). Y no le ha sido fácil porque ha tenido que sortear etapas difíciles, llenas de caos, catástrofes, fuegos, meteoritos gigantes, eras glaciares y tantas otras calamidades. Pero ella siempre se las ha ingeniado para superar los peligros, y aunque han quedado en el camino muchos de sus hijos, ha salvado a muchos más, logrando continuar su triunfal marcha de progenitora.
Lo que nunca le había sucedido a la Tierra es padecer caos, catástrofes, desequilibrios, modificaciones, superpoderes, dominios asimétricos, extinción de especies y otras calamidades originados por una sola de sus especies: el Homo sapiens o terrícola.
El año 2020 se perfila como el año de la verdad para los terrícolas. Pero no debemos esperar a Glasgow. Desde ya tenemos que prepararnos para que el Acuerdo de París no se caiga. Requeriremos de grandes esfuerzos y sacrificios. Todas las partes de la COP deberían unirse como uno solo alrededor del objetivo principal. Esto sería lo ideal, pero si no se logra, hay que averiguar de antemano cuáles van a ser los países que rescindirán el Acuerdo de París. Solo así podremos saber con quienes contamos y no esperar por las sorpresas de medianoche en Escocia. Cada uno debe asumir su responsabilidad. Pero tiene que ser desde ahora.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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