Hace dos millones y medio de años, el Homo hábilis, sentado sobre un tronco caído en la garganta de Olduvai, Tanzania, no le quitaba la vista a algo que con sus torpes manos manejaba.
Eran un par de guijarros que recogió del suelo africano y con ellos, sobre la base de prueba y error, logró fabricar el primer utensilio de piedra y de paso cruzar el umbral del paleolítico, en ruta hacia la más veloz y formidable evolución física, mental y cultural jamás ocurrida con ninguna otra especie en este hospitalario planeta llamado Tierra.
Bastaron apenas dos millones y medio de años para fabricar armas, herramientas y utensilios de sílex, así como hermosas pinturas rupestres y expresivas esculturas. Luego, tiempo después, cuestiones ya no tan simples, como la elaboración de un pan de trigo, hace diez mil años, o la inteligencia artificial, actualmente en desarrollo, una ciencia demasiado compleja desde todo punto de vista. El tiempo transcurrido entre ambos eventos para otras especies no es suficiente ni para cambiar los colores de pelos o plumajes, a menos que la mano humana intervenga en ello.
Hace algún tiempo escribí, en modo caricatura, que aún deberíamos considerarnos en el neolítico y llamarnos Homo neo-hábilis y quitarnos el sapiens, a pesar del pan de trigo y la inteligencia artificial, hasta resolver nuestra convivencia con el medioambiente y garantizar la supervivencia de nuestra especie y la de la enorme biodiversidad que cohabita con nosotros. Solo después nos correspondería el título de Homo sapiens.
Por otra parte, todavía en modo caricatura, considerar que aún estamos en el neolítico nos daría la ventaja del sentido de ubicación, especialmente a las nuevas generaciones, a quienes les tocará la ardua tarea de encontrar la salida a la crisis climática y navegar hacia un nuevo puerto llamado futuro. Si ese mar será apacible o turbulento lo veremos en pocos años. Sin esperar a ello ya existen muchos jóvenes incorporados al activismo de la Tierra. Vale la pena.
Así como podemos intervenir desde pelos y plumajes de cualquier color, hemos logrado intervenir al planeta mismo, inaugurando con ello el Antropoceno. Este concepto fue acuñado por Paul Crutzen, premio Nobel de química, en 2000, aunque fue solo hace poco cuando un grupo de especialistas le dio impulso a la nueva denominación. Aun cuando ésta no ha sido aceptada, es un buen referente a la actual etapa de la Tierra. Los científicos convinieron en que dicho período ha cancelado el Holoceno, colocando como división entre ambos el año 1950.
El inicio de Holoceno estableció el fin de la glaciación de Würm, hace unos doce mil años. El clima favorable y la abundancia de recursos, unidos a 60.000 año de desafíos y entrenamientos de supervivencia, del cual salieron fortalecidos unos cuantos miles de humanos, aquellos que pudieron resistir el prolongado clima helado, con algunos periodos muy hostiles, en especial los últimos 15 mil años, la propia edad del hielo. Estos hombres y mujeres fueron los pioneros de una vertiginosa expansión de nuestra especie sobre el planeta, cuyos descendientes en la actualidad ya casi alcanzamos los 7.5 mil millones de seres.
El Antropoceno, según los investigadores, se inicia con el hallazgo de residuos radiactivos dejados por bombas atómicas. “Ya hemos cambiado la Tierra: el Antropoceno es el momento en que los humanos conseguimos cambiar el ciclo vital del planeta, cuando los humanos sacamos al planeta de su variabilidad natural”, explica Alejandro Cearreta, científico español y miembro del referido grupo, constituido por 35 especialistas, quienes tras siete años de investigaciones acordaron considerar el Antropoceno como una nueva época geológica dentro del periodo Cuaternario.
Sea finalmente bautizado como Antropoceno o con otro nombre. Sea considerado una época geológica o un período cultural, sin dudas estamos en una era nueva, distinta, compleja, muy compleja, cada vez más acelerada por la técnica y la ciencia. Quizás la velocidad no nos permite detenernos para mirar a nuestro alrededor.
El filósofo polaco Schopenhauer lo expresó a su manera. “El hombre ha hecho en la Tierra un infierno para los animales”, frase emitida hace dos siglos, doscientos años en que nada hemos hecho al respecto sino todo lo contrario.
Mientras no dejemos de contaminar las aguas, los suelos y los aires de la Tierra; mientras no paremos las matanzas de elefantes para elaborar “con nuestras torpes manos” objetos de marfil; mientras sigamos matando rinocerontes para despojarlos de sus cuernos para supuestos usos medicinales, igual que las aletas de tiburones; mientras permitamos la extinción de especies; mientras sigamos arrancando millones de árboles de las selvas para elaborar con sus maderas muebles, casas o pliegos de papel; mientras no paremos de bombardear la atmósfera con gases de efecto invernadero, no podremos asumir que somos sapiens.
Estas actividades, sin dudas son las huellas del Antropoceno sobre la Tierra. Si no las erradicamos se volverán indelebles y en contra de nosotros mismos. Somos los últimos homos de varias decenas de ramas que nos antecedieron. Todos se extinguieron. El último fue el Homo Neanderthalensis. Tampoco nosotros tenemos garantía de supervivencia. Si no lo logramos, entonces en verdad nos mereceríamos el nombre de Homo neo-hábilis. Pero apostemos a que ello no ocurra. Estamos bien dotados para ordenar el planeta y somos muchos que estamos dispuestos a llevarlo a cabo.
Sandor Alejandro Gerendas-Kiss
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