Una adicción difícil de abandonar

La viuda negra se hace amar por el macho, quien en sus últimos momentos placenteros ignora su inmediato futuro. Acabado el rito amoroso la hembra le clava su aguijón venenoso y el infeliz amante cae a tierra en el acto. No existe explicación científica a tan extraño como antinatural comportamiento.

Nosotros, los humanos, somos amantes de la madera, y cada vez lo somos más. Para obtenerla talamos los bosques de manera compulsiva. Al igual que la pareja de la Latrodectus mactans, nombre científico de la viuda, somos inconscientes de nuestro acto y del futuro que nos depara si continuamos con la depredación hostil de las selvas.

Reconocemos que la analogía es extremadamente dura, pero la consideramos necesaria para crear conciencia, objetivo y lema de nuestro trabajo de divulgación. La buena noticia es que la diferencia entre el infortunado arácnido macho y el Homo sapiens es que nosotros todavía estamos a tiempo de conocer a fondo el problema y exigir que se detenga el saqueo de los bosques. La mala noticia está relacionada con las nuevas amenazas que se ciernen sobre a la selva del Amazonas.

Debido a nuestro amor por la madera y la cada vez mayor comercialización de los bosques del mundo, tenemos que estar muy claros de que el problema no es de sencilla solución. Nuestro amor por la madera es eterno y ancestral. Ya en el paleolítico se hacían casas de troncos de madera hace 28 mil años. Pero fue en el siglo XX cuando la adicción a la madera tomó fuerza, en especial tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, y ha continuado con mayor ímpetu en este impredecible siglo XXI, que nos ha cambiado la vida a todos. Desde 1945 hasta hoy la población mundial se ha multiplicado por casi cuatro, pasando de dos mil millones a 7.5 mil millones de habitantes. Hecho que sin dudas repercute sobre los sistemas boscosos del planeta, que representan mucho más que árboles, biomas y ecosistemas, como veremos más adelante.

China es el mayor consumidor de maderas del mundo, no solo por su enorme población sino porque a ella se han sumado en las últimas décadas varios millones de millonarios. Si a las cifras de importaciones del país asiático nos atenemos, a estos nuevos jugadores les deben encantar los techos machihembrados, los pisos y las escaleras de gruesos maderos, los muebles y bares de maderas preciosas y otros enseres de la excelsa pulpa vegetal.

Pero también en otras partes del mundo se ha disparado el amor por la madera y multiplicado los consumidores de tablas, tablones, vigas, columnas, listones, barandas, parqués y marcos de ventanas hechas a partir del corazón y la fibra de los nobles árboles.

Eliminar la adicción a la madera es asunto complejo ya que no solo se la utiliza por gusto sino por necesidad. La madera no tiene por ahora un sustituto a no ser por el hierro, bronce, otros metales, plásticos, piedras graníticas o el mármol.

La calidez de la madera, su textura y belleza no la proporciona ningún otro material, y es por ello que nos deja enamorar con facilidad. Pero el amor a la madera es un amor muy peligroso.

Cómo sería la vida sin bosques

El amor a la madera ha hecho incrementar la comercialización forestal, a pesar de que la cobertura vegetal de la Tierra está entre la lista de nueve límites del planeta, confeccionada por el Centro de Resiliencia de Estocolmo, entre 2009 y 2015. Según dicha institución sería sumamente peligroso pasar dichos límites, pero cuatro ya han rebasado esa frontera. La cobertura vegetal, incluido entre estos, está referido especialmente a bosques, selvas tropicales y otras zonas verdes del planeta.

Otro dato para tomar en cuenta es el «Sistema Tierra», una ciencia que abarca la química, física, biología, matemáticas. Fue creada para tratar de comprender nuestro planeta como un sistema integrado mediante las interacciones físicas, químicas, biológicas y humanas que determinan los estados pasados, presente y futuros de la Tierra.

Un bosque, en beneficio de su comprensión, pudiera considerarse como un componente u órgano del sistema Tierra. Por tanto, como todo órgano, un bosque posee una anatomía y una fisiología. El primero se refiere a su forma, estructura y los componentes bióticos y abióticos que lo conforman. En cuanto al segundo, trata del funcionamiento del sistema y su interrelación con otros medios fuera de sus límites.

La fisiología del bosque se sirve en primer término a sí misma, mediante la generación del ciclo del agua, cuyo primer beneficiario es el propio bosque, debido a las precipitaciones del vital líquido que recibe. En segundo lugar, dicho funcionamiento es provechoso para otras regiones, algunas de ellas alejadas a cientos y hasta miles de kilómetros. En el caso del Amazonas, la evaporación de agua que produce la mayor selva lluviosa del planeta es vital para regar las montañas de los Andes en casi toda su extensión. Por ello es muy peligrosa la deforestación hostil de la selva del Amazonas, el pulmón del mundo. A una menor cantidad de árboles corresponde una menor formación de nubes y lluvias. Como consecuencia, disminuyen la humedad y el caudal de los ríos. Si se prolongan las sequías, asistiríamos a permanentes incendios y a nuevos desiertos, cuyas cantidades y extensiones dependerán de cuan hostil sea la tala del bosque. Ya la humanidad tiene una clara experiencia de todo esto en el desastre ocurrido en la selva de Borneo.

Pero el ciclo del agua no es la única función de los bosques. Los árboles producen oxígeno, vital para la mayoría de las especies, y a su vez absorben dióxido de carbono, CO2, mayor causante del calentamiento global. Durante la fotosíntesis, proceso que realizan los árboles y la gran mayoría de las plantas, éstos absorben y almacenan CO2, el cual queda fijado en sus raíces, troncos y hojas en forma de carbono. Las plantas, aunque toman oxígeno del aire y reingresan dióxido de carbono, el balance final es positivo a favor de la extracción de CO2 de la atmósfera. La capacidad de absorción de dióxido de carbono es directamente proporcional al tamaño, densidad y cantidad de plantas y árboles presentes en un bosque.

Pero en último término, la deforestación de los bosques afectaría al sistema Tierra mismo, al convertirse en el primer contribuyente del cambio climático del planeta y la extinción de especies. Para aseverar esto nos basamos en que no se vislumbra plan alguno de sustitución de la madera por otros materiales. Tampoco se conoce una acción efectiva para evitar las talas ilegal de árboles, ni un cronograma para disminuir la comercialización forestal, como sí los hay para la sustitución de energías fósiles por energías limpias.

En algunos países ya están muy adelantados los programas para retirar los autos de combustión interna de la circulación automotor. La producción de paneles solares fotovoltaicos, molinos eólicos y baterías de litio para autos eléctricos va en franco aumento. Casi todos los fabricantes de vehículos ya están produciendo coches enchufables, silenciosos, no contaminantes, que van en dirección correcta del Acuerdo de París. Por esto decimos, que la tala de árboles es un problema más agudo que la propia emisión de gases de efecto invernadero. Sin los bosques no hay vida.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss